“I could live the rest of my life in a world without art, but not in a world without an art of living.”
But is it art? Héctor Fuenmayor raised this question in Caracas, in 1973, by painting an empty gallery at the Sala Mendoza a uniform vivid yellow, a color he selected from the Sherwin Williams product catalog. The paint company also supplied the artwork’s title— Amarillo Sol K7YV68—which later became Citrus 6906, when the color’s name changed. Elevating commercial paint to the status of fine art, Fuenmayor pointed to the difference between the ways we think about paint applied to a canvas and paint on a wall. During the exhibition, gallery-goers were so scandalized by the work that the curator was forced to resign. Reflecting on the work several years later, Fuenmayor wrote, capitalizing for emphasis, “A possible consequence of that work could be that FOR SOMETHING TO BE ART, IT DOES NOT NEED TO INDICATE IT….”
Despite its troubled reception, Fuenmayor’s gambit at the Sala Mendoza—his first major exhibition—was consistent with the daring artistic innovations of a group of young artists in Caracas in the 1970s. They departed from two notable precedents in Venezuelan modern art at midcentury: the utopian visions of state-sponsored geometric abstraction, and the lyrical abstraction of informalist painting. Instead, Fuenmayor and his peers—artists like Eugenio Espinoza (with whom he shared a studio in the early 1970s), Claudio Perna, Antonieta Sosa, and Yeni and Nan—began to experiment with ephemeral and conceptual practices, especially body art and performance.
Fuenmayor’s move away from traditional art mediums—painting, sculpture, and drawing—was motivated by his sense that these methods struggled to meet the moment. “The exaggeratedly abundant and over-elaborated visual productivity we are witnessing today (advertising) has made the artist aware of the need for a more analytical approach to the processes through which art is revealed,” he observed in 1979.
In Eastern religions, Fuenmayor found a set of principles resistant to the “over-elaborated visual productivity” of the culture industry in the West. The artist traveled to New York in 1983 not to participate in the city’s art world but to commit himself to Zen Buddhism. He spent a decade as a monk, moving between Buddhist monasteries in Manhattan and the Catskills; only upon returning to Caracas in 1991 did he resume his art practice. (He also opened a Kendo dojo.) In retrospect, Fuenmayor’s early investigation into the paradox of presence and absence in a work like Citrus 6906 resonates with Buddhist teachings. Indeed, he has considered his artistic and spiritual activities contiguous: “Art is a way of life,” he explained. “Of the totality of experiences that make up my person, Zen, Kendo, and ‘art’ are at the center, they manifest the ability to question or ridicule the permanence or the absolute value of each mask that represents an identity.”
Elise Chagas, independent scholar, 2024
Note: Opening quote is from Héctor Fuenmayor, “Dialéctica de la Meditación: Juan Calzadilla/Héctor Fuenmayor” in La premisa es dudar, exh. Cat. (Caracas: Galería de Arte Nacional, 1979), pg. 9.
“Podría vivir el resto de mi vida en un mundo sin arte, pero no en un mundo sin el arte de vivir”.
Pero, ¿esto es arte? Héctor Fuenmayor planteó la pregunta en Caracas, en 1973, al pintar uniformemente una de las galerías vacías de la Sala Mendoza de amarillo intenso, color que había escogido del catálogo de Sherwin Williams. La empresa de pinturas también proporcionó el título a la obra: Amarillo Sol K7YV68, que más tarde se convirtió en Citrus 6906, cuando el color cambió de nombre. Al elevar la pintura industrial al estatus de obra de arte, Fuenmayor señalaba la diferencia entre en la forma en la que percibimos la pintura que se aplica a un lienzo y la que se aplica a una pared. Durante la exposición, los visitantes se escandalizaron tanto que el comisario se vio obligado a renunciar. Años más tarde, al reflexionar sobre esta pieza, Fuenmayor escribió en mayúsculas, para dar aún más énfasis: “Una posible consecuencia de aquella obra podrá ser el que PARA QUE ALGO SEA ARTE NO HACE FALTA NI SIQUIERA INDICARLO…”.
A pesar de la problemática acogida, la apuesta de Fuenmayor en la Sala Mendoza –su primera gran exposición– coincidía con las osadas innovaciones de un grupo de jóvenes artistas de Caracas durante la década de 1970. Éstos se apartaban de los dos principales antecedentes en el arte moderno venezolano de mediados de siglo: las aspiraciones utópicas de la abstracción geométrica, promovida por el Estado, y la abstracción lírica de la pintura informalista. En su lugar, Fuenmayor y sus compañeros –artistas como Eugenio Espinoza (con quien compartió estudio a principios de la década de 1970), Claudio Perna, Antonieta Sosa y Yeni and Nan– comenzaron a experimentar con obras efímeras y conceptuales sobre todo en el arte corporal y la performance.
Lo que motivó a Fuenmayor a alejarse de los medios artísticos tradicionales –la pintura, la escultura y el dibujo– fue la sensación de que a estos medios les costaba estar a la altura del momento histórico. “La exageradamente abundante y sobre-elaborada productividad visual de que somos testigos hoy en día (publicidad) ha hecho consciente al artista de la necesidad de una aproximación más analítica hacia los procesos mediante los cuales se pone de manifiesto el arte”, comentó en 1973.
En las religiones orientales, Fuenmayor encontró una serie de principios contrarios a esa “sobreelaborada productividad visual” de la industria cultural de Occidente. El artista se trasladó a Nueva York en 1983 pero no para adentrarse en el mundo del arte, sino para consagrarse al budismo zen. Fue monje durante una década, alternando entre monasterios budistas de Manhattan y Catskills, y sólo reanudó su práctica artística cuando regresó a Caracas en 1991. (También abrió un dojo de Kendo). En retrospectiva, aquella primera exploración de Fuenmayor en torno a las paradojas de la presencia y la ausencia en una obra como Citrus 6906 resuena con las enseñanzas budistas. De hecho, el artista ha considerado que sus actividades artísticas y espirituales van unidas: “El arte es un modo de vivir”, explicó. “De la totalidad de experiencias que conforman mi persona se hayan al centro el zen, el kendo, y el ‘arte’; ellas manifiestan la habilidad de cuestionar o ridiculizar la permanencia o el valor absoluto de cada máscara que representa una identidad”.
Elise Chagas, investigadora independiente, 2024
Nota: La cita inicial es de Héctor Fuenmayor, “Dialéctica de la Meditación: Juan Calzadilla/Héctor Fuenmayor” en La premisa es dudar, exh. Cat. (Galería de Arte Nacional, Caracas, 1979), p. 9.