The artist Jesús Rafael Soto remembered days working as a messenger in his childhood. “Riding a donkey, I had to go from house to house, and I remember the awe I felt as I saw the vibration of the sun upon the earth. It was something I never got tired of seeing, that vibrating mass floating in space and shining over the roads.” This image foreshadows his lifelong obsession: to push the boundaries of reality through optical illusion. The paintings, sculptures, and installations he created throughout his prolific career are his attempts to recreate the motion and volume of the “vibrating mass floating in space” that captivated him. And perhaps to revive the childlike wonder within us all.
Originally from Ciudad Bolívar, Venezuela, a small city on the Orinoco River, Soto lived between Caracas and Maracaíbo, where he began working as director of the School of Fine Arts in 1947. With a government grant, he relocated to Paris in 1950, intrigued by recent developments in abstract art there. He quickly connected with Victor Vasarely, Jean Tinguely, and other artists who created objects that moved or appeared to move. He participated in the influential kinetic art show Le Mouvement at Galerie Denise René, in 1955, with his Déplacement d’un élément lumineux (Displacement of a Luminous Element) (1954). The piece consists of a wooden board featuring a black rectangle perforated with white dots, to which he affixed Plexiglas with printed dots. As the viewer moves in front of these two juxtaposed surfaces—one transparent, the other opaque—the dots on both of them seem to flicker so that “shapes emerged that suggested a third value.”
Aside from geometric compositions, Soto also experimented with irregular surfaces to create optical illusions. His Vibración (Vibration) (1960) is a wooden panel with a tangled arrangement of steel wires affixed to its center. He began by painting it with dark colors, then applied dense layers of white pigment while leaving the background exposed in multiple areas. The accumulation of oil resulted in the formation of slumps and bubbles, making the work mimic a living, breathing surface. As art critic Jean Clay put it when describing Soto’s work, “Now regular geometries come to life.”
In Soto’s artworks, optical illusion evokes movement and volume. This vision is clearly exemplified by one of his most renowned series, Penetrables. Soto developed multiple versions of this project, with the first dating back to 1967. A later iteration, completed in 1990, consists of hundreds of yellow plastic hoses suspended from a steel framework more than 16 feet high. As the work’s title implies, audiences can push against its tubes, causing them to flicker and vibrate with each other, seemingly losing their consistency. However, when viewed from afar, the bright and imposing structure is itself a spectacle.
Over the years, Soto developed Penetrables in venues as varied as the Musée d’Art Moderne de Paris (1969), the Solomon R. Guggenheim Museum in New York (1974), and the Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (1983). He also designed non-penetrable structures, which he called “suspended virtual volumes,” for the Royal Bank of Toronto in 1977 and the Centre Pompidou in Paris in 1987. Notably, according to the artist, children often understood this art more readily than adults. While adults sought to rationalize the mechanics behind these large-scale works, children embraced the “fabulous joy” they found in them. But when adults did welcome the wonders of optical illusion, they left their experience of Soto’s work “feeling like a different person.”
Horacio Ramos, Mellon Marron fellow, the Cisneros Institute, 2024
El artista Jesús Rafael Soto recuerda la época en la que trabajaba de mensajero en su infancia: “Montado en un burro, tenía que ir de una casa a la otra, y recuerdo cómo me maravillaba ver la vibración del aire por la reverberación del sol sobre la tierra. Era algo que no me cansaba de ver, esa masa vibrante que flotaba en el espacio y que brillaba sobre los caminos”. Esta imagen prefigura lo que sería su obsesión de toda la vida: forzar los límites de la realidad a través de la ilusión óptica. Las pinturas, las esculturas y las instalaciones que realizó a lo largo de su prolífica carrera fueron intentos por recrear el movimiento y el volumen de aquella “masa vibrante que flotaba en el espacio” que tanto lo había cautivado. Quizá también por revivir el asombro infantil que todos llevamos dentro.
Originario de Ciudad Bolívar (Venezuela), una ciudad a orillas del río Orinoco, Soto vivió entre Caracas y Maracaíbo, donde en 1947 empezó a trabajar como director de la Escuela de Bellas Artes. Gracias a una beca del gobierno, en 1950 se trasladó a París, intrigado por los últimos avances del arte abstracto. Rápidamente entabló relación con Victor Vasarely, Jean Tinguely y otros artistas que estaban realizando objetos que se movían o aparentaban moverse. En 1955 participó en la influyente exposición de arte cinético Le Mouvement en la Galerie Denise René, con la pieza Déplacement d’un élément lumineux (Desplazamiento de un elemento luminoso, 1954). La obra consiste de una superficie de madera rectangular y negra, perforada con huecos blancos, a la que adhirió un plexiglás con puntos impresos. A medida que el espectador se mueve frente a las superficies yuxtapuestas —una transparente y otra opaca— tiene la sensación de que los puntos de ambas parpadean entre sí, de manera que “sugerían la aparición de un tercer valor”.
Además de las composiciones geométricas, Soto también experimentó con superficies irregulares para crear efectos ópticos. La pieza Vibración (1960) consiste en un panel de madera en la que se puede ver una maraña de alambres de acero fijos en el centro. Al principio, la pintó con colores oscuros, pero luego aplicó capas densas de pigmento blanco dejando el fondo al descubierto en distintas zonas. El pigmento acumulado generó la formación de grumos y burbujas, lo que hizo que la obra acabara pareciéndose a una superficie viva, que respira. Como dijo el crítico de arte Jean Clay al describir la obra de Soto: “Ahora las geometrías regulares cobran vida”.
En las obras de Soto, los efectos ópticos transmiten movimiento y volumen. Un claro ejemplo de esta idea es una de sus series más conocidas, Penetrables. Soto realizó múltiples versiones de este proyecto, la primera en 1967. Una versión posterior, terminada en 1990, está formada por cientos de varillas de plástico amarillas suspendidas de un armazón de acero a más de cinco metros de altura. Como indica el título de la obra, el público puede empujar las varillas, obligándolas a oscilar y vibrar entre sí, lo que en apariencia genera que pierdan solidez. Vista de lejos, no obstante, la brillante e imponente estructura constituye un espectáculo en sí mismo.
Con los años, Soto realizó Penetrables en lugares tan diversos como el Musée d'Art Moderne de París (1969), el Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York (1974) y el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (1983). También diseñó estructuras no penetrables, que denominó “volúmenes virtuales suspendidos”, para el Royal Bank de Toronto (1977) y el Centro Pompidou de París (1987). En palabras del artista, los niños suelen comprender este tipo de arte mucho mejor que los adultos. Mientras que los adultos intentan explicar la mecánica de sus obras a gran escala, los niños se dejan llevar por la “fabulosa alegría” que les genera. Sin embargo, cuando los adultos aceptan los prodigios de la ilusión óptica, salen de la experiencia con las obras de Soto “sintiéndose personas diferentes”.
Horacio Ramos, Becario del Consorcio Mellon-Marron, Instituto Cisneros, 2024